SOBREDIMENSION
SOBREDIMENSIÓN
La lectura
había sido intensa, escalofriante pero no había querido pensar en eso. La
decisión de leer aunque pudiera interferir en su sueño no le importó, continuó
hasta tarde. Total el sueño nunca le llega a tiempo, siempre se demora. Más allá
de la oscuridad. Cuando los párpados comenzaron a sentirse cansados y el libro
que descansaba en su mano cayó por segunda vez, apagó la luz. Comprobó que la
ventana estuviera abierta, corrió la cortina y dejó que la luz del patio que
rebotaba en la medianera se reflejara en la pared de su habitación.
Como siempre,
la oscuridad acercaba el insomnio. De todos modos se puso de costado, apoyó
cómodamente la cabeza en la almohada y
cerró los ojos. Ya llegaría el sueño. Tardaba, tardaba, tardaba pero siguió
esperando, ya se dormiría.
Nuevamente el
despertar intempestivo, violento que ominosamente despertó su mente
somnolienta. No otra vez, pensó. Pero sí y el temor a sentirse mal le erizó la
piel. Un estremecimiento mezclado de calor y asqueo produjo un repentino
sentarse al borde de la cama y preguntarse ¿por qué otra vez? y contestarse que
no había que preocuparse que ya pasaría. Los intestinos le indicaban que
tendría que ir al baño imperativamente. El miedo a caerse, a marearse, a sentir
que todo estaba dado vuelta otra vez paralizó sus movimientos. Dudó.
Prendió la luz
del baño, hizo lo que necesitaba con extrema precaución. Un mareo, un
acaloramiento ¿Quién escucharía su llamado si algo malo sucedía? Estaba lejos
de las habitaciones donde los demás dormían.
Se sentó
nuevamente en el borde de su cama y miró por la ventana. Aspiró profundamente
el aire fresco que llegaba del patio. Se tranquilizó.
Pasaron largos
minutos sin volver a dormirse. Finalmente decidió levantarse. No recordaba muy
bien si realmente no se había dormido aunque fuera un rato. Por qué no mirar la
hora si el reloj estaba ahí en la pared como siempre. Silenciosamente se
vistió, caminó hacia la cocina y se reconfortó con algo fresco.
Ya en el patio,
la silla contenía su cuerpo cansado, desvelado. Los pensamientos confusos le
indicaron que debía tomar el aire de esa mañana amarilla casi naranja con olor
a lluvia lejana, húmeda, de temperatura incierta. En realidad, todo parecía
incierto. Se aseguró de que la silla estuviera pegada a la pared, no le gustaba
estar de espaldas a una puerta abierta, a un espacio abierto, cómo saber que
hay detrás. Un cielo gris y el silencio reinante le permitieron continuar
leyendo lo iniciado el día anterior, la noche anterior…
Poco a poco, la
lectura ganó el momento; como a lo lejos se escuchaban los ruidos, todos
juntos. Una o dos veces levantó la vista para cerciorarse de su procedencia.
Ruidos de piedritas empujadas por el viento húmedo, de las hojas que caen de
ese ligustro enorme que ocupa el fondo al lado del tendedero con una bolsa de
nylon del supermercado abrochada.
La novela, su
mente desprovista del sueño nocturno y el patio con sus luces y sus ruidos
obligaban a revisar involuntariamente con la mirada para confirmar que todo
estaba en orden, que todo estaba seguro. Por un momento, creyó ver un
movimiento cercano pero no le dio importancia, ya había comprobado unos minutos
antes que todo estaba en su lugar.
Cerró los ojos,
los sentía cansados, se quitó los anteojos e inspiró profundamente el aire
fresco. Volvió a la novela. De pronto pensó en la bolsa del supermercado
abrochada en el tendedero y su imaginación llevó a darle forma a esa bolsa que
se inflaba y se desinflaba con el viento. Le pareció como una mano que colgaba,
sonrió...
La novela provocaba
a su atención, un tipo que decía que no existía porque nunca había nacido
concentró su mente. Otra vez la bolsa de nylon abrochada obligaba a ser mirada
pero no, era más importante el pobre tipo que acostado en la cama de un
hospital de mala muerte insistía en su no existencia. La bolsa se agitaba y se
agitaba. Pobre hombre que miraba sus manos sin reconocerlas como suyas, que
intentaba convencer a la enfermera de que no se preocupara por su bienestar
porque él realmente no estaba allí porque nunca había nacido. Y la bolsa que se
agitaba cada vez más ruidosamente como llamando la atención de ese ser sentado
en la silla enfrascado en la lectura. Este tipo está loco, cómo que nunca
nació? La bolsa ruidosa clamaba atención, crecía con el impulso del viento.
El hombre en el hospital hizo un último intento por convencer a la enfermera de que él no estaba ahí porque no existía porque nunca había nacido. La enfermera de pronto le prestó atención, se dio vuelta y lo miró. El hombre ya no estaba en la cama. La bolsa clamorosa, inflada, sobredimensionada por el viento se desprendió del tendedero y se detuvo ante la silla. Una última mirada de comprobación, una forma translúcida, enorme con olor a antiséptico hospitalario cayó sobre la silla que estaba en el patio, pegada a la pared.
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